domingo, 11 de diciembre de 2011

Luz negra, Christian Broemmel




a Broemmel lo agarré con prejuicio.
le había leído un cuento, antes
y no estaba mal, pero no sé
lo agarré onda “a ver qué escribiste”
y la verdad me sorprendió.
primero lo escuché leer “el verdadero arte”
los otros días
un cuento en el que Pablo Bonomi entra a la oficina de “el Gran Jefe”
                   así le puso al personaje sin nombre / que es el que manda
                   a ese que alguna vez todos odiamos
                                                  y todos los personajes de Broemmel odian
la representación de:
                                a dónde hay que llegar
                                   qué hay que ser
                                      qué es el éxito.
y narra:
“El Gran Jefe estaba sentado en el punto exacto donde convergían los límites últimos de las nalgas en aquella foto, es decir en el lugar preciso donde debía ubicarse el orificio del ano. Bonomi ladeó casi imperceptiblemente la cabeza para poder ver detrás de El Gran Jefe aquello tan rosado tan extremadamente rosado y lozano a la vez. Veo que le gusta el cuadro, dijo ese lunar, esa molestia”.


pero Broemmel, en verdad, no habla tanto de El Gran Jefe
(entre paréntesis me gusta como nombra a los personajes)
como de los oficinistas
de los trabajos de éstos
de qué hacen algunos
                                 y otros
con sus vidas
por donde escapan.
en Alaska, otro de los cuentos que me encantó,
el jefe le dice a Colodrero
en respuesta al ascenso que le pide:
“No sube el que meramente cumple su horario, por mejor que sea, ni el que sólo se fija en hacer bien lo suyo; se proyecta el que trata de estar en todo, el que abarca los huecos que dejan los demás, el que busca una solución a los problemas que surgen en el área y se queda sin dormir para superarlos”.
Broemmel habla del tedio
de la rutina asfixiante
de la máquina de café:
”Cincuenta, cincuenta, cincuenta, Seleccionar el sabor deseado. Capuchino”
y el café se vuelca,
y el ascenso no llega
y Alaska, o Siberia, o Japón
o el Fassino y la charla con el pez para escapar
o escribir para escapar
imaginar.
como en el cuento breve que da comienzo al libro
titulado “N”
donde un escritor
(colocado no casualmente en el primer lugar del libro)
pelea con su editor
confunde su voz con la de sus personajes.
“Julieta. Así se llama. Estudia en Exactas y ve su futuro bien claro hasta que Martín, acaba, y le empaña los lentes”.
eso narra.
“Y que después Martín da vueltas en la cama, molesto, arroja la frazada a un costado y se levanta como quien se arroja de un puente”.
eso sigue narrando.
un escritor cuenta la historia de una pareja.
de un tal Martín que una vez,
por primera vez en su vida,
toma una decisión.
un cuento que termina en la imagen del escritor
sacándose las manos para dejar que escriban solas.
un escritor que puede entrar en la trama y pegarle al personaje,
                                    vengar a otro personaje,
                                     castigar al escritor.
un escritor inconcluso.
como el “hombre diferido”, último y más largo cuento del libro
donde un hombre observa  a otro
¿para escapar?
y en la imaginación aparece el mundo infinito de todo lo posible
la imaginación sin límites
la creación como puerta de salida.
una verdad.
eso leo yo en Luz Negra de Broemmel
entre otras cosas
y seguro que es una de las millones de lecturas que se pueden hacer de este libro:
unos cuentos de unos oficinistas
encerrados en unas rutinas
unas mediastintas
una oscuridad
que quiere ser luz
-como todo extremo y contrapartida- 
escapar a mundo de ensueño y de imaginación.

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