jueves, 12 de enero de 2012

Los años felices, Sebastián Robles

"el amor era una sensación de abandono".

             foto: Lolita Copacabana. 
Los años felices es un libro que podría ser miles. Cuenta las andanzas de un grupo de adolescentes que atraviesa los años noventa entre vacaciones, noviazgos, peleas y reconciliaciones. El marco de estos sucesos es la década del uno a uno y del creciente desempleo en la Argentina. El título de la novela nos recuerda enseguida, por lo menos a los amantes del teatro, el texto dramático que Samuel Beckett escribiera entre 1960 y 1961: Los días felices. Allí Beckett organiza también una lista de simples sucesos que una tal señora Winnie narra desde su precaria situación extrema: tiene medio cuerpo enterrado. Winnie encuentra siempre motivos para ser feliz, y muchos de ellos no son más que los simples quehaceres cotidianos.


Igual que los personajes de Robles: salen, toman, se besan, ven una peli, arman una fiesta, cenan, se suben a un remis, se enamoran y se desenamoran,  todo en el devenir de un contexto que algo se traen, unos años de recesión y ajuste que las familias viven en carne propia, una realidad que hay que asumir como estable y a pesar de la cual la vida debe seguir su curso y abrirse paso.

Esa contradicción de los nímios sucesos en tamaño telón de fondo, hace que Los años felices, de Robles, sea también una novela melancólica. La adolescencia que vista a la distancia siempre deja algo que desear.

Y decía que las historias que se narran podrían ser esas, u otras, no sólo por lo simples y cotidianas, sino también porque la prosa de Sebastián Robles está muy lograda. Uno lee y a la vez puede pensar diversos niveles o planos de lo que sucede. Porque la narración deja huecos, evita explicaciones y genera largas elipsis que dan espacio al lector y a sus manías. 

Además hay algo de la verdad del texto que está muy presente y lo hace interesante. Todo el tiempo uno quiere más, y el correr de los capítulos trae de eso a cuenta gotas generando suspenso y atrapando al lector con finales ingeniosos que siempre dan un giro sobre sí mismos.

Yo leo a Sebastián Robles y, pese a que no me regaló el libro como me había prometido el día que lo conocí en el CEC, fuera de Tuiter, arriba del ascensor, pienso en "cuándo sale su próxima novela". Porque al leer un libro tan sólido y convincente sé que atrás vienen muchos, muchos, libros más. 


Publicado por editorial Pánico el Pánico, 2011.

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